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Libertad y el barrio de Salamanca

Libertad es una palabra desgastada, que ha quedado perfectamente pulida y sin aristas de tantos que la han manoseado y utilizado. Es un canto rodado del río del lenguaje y de la historia, una curva eterna desde un extremo hasta su contrario, un baile de ondulaciones caprichosas esculpido por todas las manos por las que ha ido pasando. Libertad encaja donde sea, donde haga falta, incluso en los labios del tirano. Hasta en los discursos más totalitarios vamos a encontrar la palabra libertad colmada de laureles, situada en un pedestal.

Hoy, igual que ayer y mañana, gritan libertad en las calles del barrio de Salamanca y en otros muchos barrios de España. Gritan y agitan banderas para reclamar una libertad egoísta e irresponsable, y para recordarnos a todos que consideran España suya. Una libertad frente a la sociedad, para independizarse de ella; una libertad frente al resto; libertad, en definitiva, para no contribuir. Son siempre los más pudientes quienes con mayor celo defienden su condición y tienen el vicio de llamar a esa condición libertad. La libertad que agitan es una libertad prostituida, exclusiva y egoísta, libertad frente al común para poder hacer uso de él.

Reclaman libertad los que ya son más libres y al hacerlo ejercen su libertad para la irresponsabilidad. Es aquí, en esta libertad para ejercer una irresponsabilidad que les sale tan barata, donde la desigualdad cristaliza y se vuelve dolorosa. Una irresponsabilidad así solo le sale barata a quien puede pagarla, a quien tiene capital económico y social suficiente para costearse concentraciones sin consecuencias en plena pandemia y a la vez creerse perseguido. Es esta falta de conciencia de su propia situación la que muestra lo increíblemente infantil de su actitud. Ahí quedan a la vista las vergüenzas de nuestras "élites".







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