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Hitler, el Lejano Oeste y el legado colonial

A Hitler le encantaba el Lejano Oeste. Le fascinaba desde joven cuando leía novelas sobre el Oeste Americano del escritor alemán Karl May, que narraban aventuras muy del estilo del cine Western posterior, ambientadas en un Lejano Oeste poblado de vaqueros, bandidos e indios. Sin embargo, no eran solo la aventura y la exploración las ideas del Lejano Oeste que atraían a Hitler. También le resultaba atractiva la idea de un país, en este caso los Estados Unidos, que podía disponer de vastos territorios que poblar y en los que multiplicarse. Un país al que no le temblaba el pulso a la hora de quitarse de en medio a unos pueblos salvajes, inferiores e inasimilables que se resistían a dejar paso a una raza superior que se apropiaba de la tierra por la fuerza de las armas.


Hitler entendía que el Este de Europa podía ser para Alemania lo que el Lejano Oeste para los Estados Unidos de América y asimilaba el destino de los Nativos Americanos al que esperaba a los pueblos eslavos bajo dominio alemán. El Generalplan Ost, el Plan General del Oeste, trazado por los jerarcas del régimen Nazi antes de la invasión de la Unión Soviética, disponía los pasos a seguir para completar el proceso de colonización alemana del Este. El escenario final que dibujaba era la casi total aniquilación de las poblaciones nativas y la subyugación total de los supervivientes, que quedarían reducidos a simples sirvientes y esclavos de los colonos alemanes, en un sistema de división racial que se inspiró en las leyes de Jim Crow y que podría compararse con lo que fue posteriormente el Apartheid sudafricano.


La tradición y el legado colonial europeos de los que nació el nazismo continúan inspirando a las extremas derechas que hoy pululan por los parlamentos de Europa. Cuando hoy día se discute el en muchas ocasiones muy reciente legado colonial de Europa parte de la derecha política pretende afrontarlo de una forma artificialmente aséptica y equidistante, disfrazando de frío análisis histórico la instrumentalización política que hacen de las pasadas "glorias" (sic) imperiales. No dar la cara frente a este fenómeno puede llegar a ser muy peligroso. No podemos dejar de rebatir obras como Imperiofobia que tratan de buscar el sentido de España en su pasado imperial a la par que desprecian los aspectos más luminosos de nuestra historia común. La falta de rigor crítico frente a nuestro pasado planta las semillas de los problemas a los que nos enfrentamos y enfrentaremos.


Del mismo modo, no podemos permitirnos caer en la falsa dicotomía de los totalitarismos que plantean los liberales, que de forma macabra y chapucera cuentan víctimas en una balanza para equiparar a la Unión Soviética con el Nazismo. El Nazismo no es una suerte de perversión racista del socialismo sino la máxima expresión pesadillesca del racismo y el colonialismo europeos que desbordaron el mundo en el siglo XIX y que los Nazis aplicaron en la propia Europa. No podemos olvidarlo.


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