Tengo 26 años y como la mayor parte de mi generación carezco de proyecto. La larga resaca de la crisis de 2008 en España ya nos apartó del comienzo de nuestra carrera profesional. Con retraso y más mal que bien algunos alargamos nuestros procesos formativos, la mayoría combinándolos con períodos de nini y trabajos puntuales en la economía informal. Muchos nos centramos en vivir porque no había prisa. Ya entraríamos a trabajar cuando mejorase la economía, cuando enontráramos algo de lo nuestro, cuando mereciese la pena. Cuando tienes 18, 19 o 20 años el tiempo parece no pasar. Siempre habrá días para hacer lo procastinado. Siempre parece que habrá tiempo suficiente hasta que llega el día en el que día ves cómo se acercan los 30 sin tener nada en el bolsillo. Por supuesto hay quienes a mi edad sí tienen algo en el bolsillo y se han colocado bien: están quienes se fueron a Alemania, Holanda o Inglaterra y han logrado establecerse; están quienes decidieron preparar oposiciones cuando parecía lo menos recomendable y ya se han colocado; están quienes estudiaron una carrera o un módulo con mucha demanda y han tenido la suerte de aterrizar en un puesto de trabajo que les ofrece cierta seguridad; están quienes han podido encontrar refugio en una empresa familiar. Todos ellos están pero la mayoría no lo estamos.
Frente a toda reclamación por nuestra parte se critica con dureza nuestra supuesta falta de madurez pero, ¿quién lo ha tenido más difícil que nosotros para incorporarnos como adultos independientes a la sociedad?¿Quién se ha encontrado con las barreras de acceso al mercado laboral que nosotros hemos encontrado?¿Quién se ha encontrado con un mercado de la vivienda así de prohibitivo? Cada vez que levantamos la voz para protestar frente estas dificultades materiales se nos acusa de no querer hacernos responsables de nuestras propias vidas. Yo respondo: ojalá pudiera serlo en España. Se nos recrimina viajar por Europa, se nos recrimina disponer de productos electrónicos, se nos recrimina consumir en exceso; se nos recriminan todos estos gastos porque nuestros mayores los perciben como lujos. Lo que no perciben es que a la par que productos y servicios que eran lujos en su juventud se han abaratado enormemente los bienes esenciales sobre los que se construye la vida adulta (vivienda asequible y trabajo estable) se han convertido en sueños imposibles de alcanzar para la mayoría de nosotros. ¿Es esto culpa nuestra?¿Esa es toda la autocrítica de la que esta sociedad es capaz?¿No provoca ninguna reflexión que este problema sea endémico de nuestro país?
En España la incorporación a la vida adulta de buena parte de una generación lleva aplazada una década y ahora que la epidemia del COVID-19 amenaza con desarmar buena parte de nuestra endeble economía los primeros en sentir el golpe somos nosotros una vez más. ¿Cuánto más podemos esperar?
Comentarios
Publicar un comentario