Y justo cuando parecía que volvíamos a la normalidad vuelve el mundo a ponerse patas arriba. De la noche a la mañana nos encontramos un país entero encerrado en casa, que solo puede salir para lo imprescindible, atrapado frente a las pantallas. Pantallas que reflejan incertidumbre, un collage de incertidumbre construido a partir de cientos de noticias provisionales, deslavazadas, inconexas. A medida que pasen los días se irá ampliando nuestra perspectiva y podremos jugar a adivinar patrones entre la marea de información hasta que coincidan en lo esencial nuestras interpretaciones. Entonces sabremos donde nos encontramos.
También reflejan miedo todas las pantallas, nuestro miedo nacido de la incertidumbre. El mismo miedo que pidieron no tuviéramos y que ahora quieren enseñarnos a gestionar psicólogos en televisión para luego dejar paso a tertulias, plagadas de todólogos desprestigiados, de opinadores sin talento que llegan donde llegan por su obediencia, por su saber estar junto o frente al poder, tertulias que se deforman día a día. Diseñadas para narrar la nada de lo cotidiano se vuelven esperpénticas ante lo excepcional. Comentan discursos de políticos superados, discursos que huelen a tragedia popular, a empobrecimiento, a trabajo digno sin dueño.
Y en casa qué puede hacer uno. Apagar pantallas o usarlas para practicar el escapismo. Renegar de los miedos propios para encontrar otros nuevos. Aplaudir a las 20 horas en una especie de comunión civil. Volver a la sociedad y mirar hacia el estado.
Comentarios
Publicar un comentario