A Hitler le encantaba el Lejano Oeste. Le fascinaba desde joven cuando leía novelas sobre el Oeste Americano del escritor alemán Karl May, que narraban aventuras muy del estilo del cine Western posterior, ambientadas en un Lejano Oeste poblado de vaqueros, bandidos e indios. Sin embargo, no eran solo la aventura y la exploración las ideas del Lejano Oeste que atraían a Hitler. También le resultaba atractiva la idea de un país, en este caso los Estados Unidos, que podía disponer de vastos territorios que poblar y en los que multiplicarse. Un país al que no le temblaba el pulso a la hora de quitarse de en medio a unos pueblos salvajes, inferiores e inasimilables que se resistían a dejar paso a una raza superior que se apropiaba de la tierra por la fuerza de las armas. Hitler entendía que el Este de Europa podía ser para Alemania lo que el Lejano Oeste para los Estados Unidos de América y asimilaba el destino de los Nativos Americanos al que esperaba a los pueblos eslavos bajo dominio ale