Libertad es una palabra desgastada, que ha quedado perfectamente pulida y sin aristas de tantos que la han manoseado y utilizado. Es un canto rodado del río del lenguaje y de la historia, una curva eterna desde un extremo hasta su contrario, un baile de ondulaciones caprichosas esculpido por todas las manos por las que ha ido pasando. Libertad encaja donde sea, donde haga falta, incluso en los labios del tirano. Hasta en los discursos más totalitarios vamos a encontrar la palabra libertad colmada de laureles, situada en un pedestal. Hoy, igual que ayer y mañana, gritan libertad en las calles del barrio de Salamanca y en otros muchos barrios de España. Gritan y agitan banderas para reclamar una libertad egoísta e irresponsable, y para recordarnos a todos que consideran España suya. Una libertad frente a la sociedad, para independizarse de ella; una libertad frente al resto; libertad, en definitiva, para no contribuir. Son siempre los más pudientes quienes con mayor celo defienden su con